La vida fraterna en común imprime en nosotros el sello de familia unida, marca de soldados que militan en el mismo cuerpo.
La vida en congregación nos libra de la soledad y, “por la perspectiva de una continuación indefinida de la obra común, también nos libra del desaliento de un trabajo inconcluso” (Const. 3).
Deporte, recreación, apostolado, liturgia, estudio, son distintos modos de “compartir juntos todo lo que somos y tenemos, con un corazón sencillo, incluyendo gozos y tristezas, talentos y bienes espirituales, ideales y aspiraciones, y de fomentar la unión fraterna y el carácter familiar que deseamos en el Instituto” (Const. 90).